Plegaria



Mi perro ha muerto
Neruda

Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz iría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.
Ay, no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.
Ay, cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso fue todo.

Capricho de perro


La niña mala
E. Banchs

Lyra bella, pero
mala como el lobo,
con un junco mata
las abejas de oro.

Con sus once años,
su cabello rojo,
su mirar tan fino
como acero moro,

tiene más caprichos
que un hidalgo loco.
Todos sus caprichos
dejan algún lloro.

Con su nombre lindo
como un bucle de oro,
la pelirrojeña
da penas a todos.

Un galgo tenía,
lo arrojó a los fosos;
un violín tenía,
lo quebró por gozo.

Lyra bella, pero
mala como el lobo,
con un junco mata
las abejas de oro.

Apoyado a un fino
báculo de chopo,
el abuelo entonces
llega tembloroso.

-Amor mío, Lyra,
lucero de otoño,
deje las abejas
que sieguen sus oros.

-Déjeme en mis prados
el viejo gotoso;
con sus gafas prietas
vaya a leer infolios.

Apoyado a un fino
báculo de chopo,
se fue el viejo entonces
a leer infolios.

La náyade, una
que estaba entre lotos
que hacen blanco al lago,
blanco y oloroso,

con sus alirados
brazos armoniosos
se llevó a la niña,
mala como el lobo.

En el medio del lago,
pero muy al fondo,
la niña ha cien años
está hilando un copo.

Copo con espinas
y da un hilo rojo;
que está hilando Lyra
su corazón.


En el nombre del Perro


Hambre
Fijman

Vigilancia nocturna de arboledas
constantes
en una interminable perspectiva
rasada de canciones
desmesuradas.

Se engancha hondamente a mi ternura
la sangre de los astros;
se llenan mis bodegas con el vino
de la expansión;
se cubren mis graneros con los granos
de Dios.

Es muy ancho el sombrero de la noche
puesto sobre el paisaje.

Hacen alegre ruedo
taifa de vientos peleadores
de dientes amarillos.

Perpetuo insomnio
mis pasos olfatean
como perros
un lobo imaginario
guardando los apriscos.

Cenas del hambre.
Recogimiento bufonesco
salado de idiotismo:
voz de falsete
en francachela corpulencia.


En El Hospicio
Pastoral


Quiero atrapar el sol
en una pared desierta.
Me siento tan libre que
hasta me ahoga esa idea.
Me hace mal la realidad
de saber que el perro es perro
y nada más.

Quiero descolgar al sol,
chapalear entre las hojas,
estirar mi soledad,
correr entre los pasillos
y buscar la realidad
de que el perro no sea perro
y nada más.


Encierro real;
claustro de barro.
Solo sombras,
sombras.

Porque supe al despertar
que mis sueños eran ciertos
y mi propia realidad
supera la fantasia
de ser vos la fuerza que
de la nada hizo vida y me la dio.

Porque me dejan pensar
en toda esa gente humana
y despues, para jugar,
hasta me atan a mi cama.

Puedo ver la realidad
de que el perro sea perro
y nada mas. 
   


jardines y playas de Boston


502

E. Dickinson, versión de K. Khan

Salí temprano- Preparé a mi Perro-
y fui a visitar al Mar-
Las Sirenas desde el Sótano
subieron para mirarme.

Y Fragatas -en el Piso Superior
extendieron Manos de Cáñamo-
creyéndoMe un Ratón-
encallado -en la Arena.

Pero ningún Hombre Me movió -hasta que el Mar
Llegó encima de mi Zapato-
y llegó a mi Delantal -y a mi Cinturón
y llegó a mi Corpiño -también

y actuó como si fuera a comerme
toda entera, como a una gota de Rocío
sobre un Diente de León
y entonces -salí corriendo- también

y Él- Él me siguió- bien de cerca,
sentí su Talón de Plata
Rozándome el Tobillo -entonces mis Zapatos
desbordaron en Perlas

hasta que encontramos Tierra Sólida-
a Nadie parecía conocer Él-
e inclinándose -y con una mirada Intensa
hacia mí- El Mar se retiró.

1349
Versión de S. Ocampo


En mi jardín avanza un pájaro
Sobre una rueda con rayos-
De música persistente
Como un molino vagabundo-

Jamás se demora
Sobre la rosa madura-
Prueba sin posarse
Elogia al partir,

Cuando probó todos los sabores-
Su cabriolé mágico
Va a remolinear en lontananzas-
Entonces me acerco a mi perro,

Y los dos nos preguntamos
Si nuestra visión fue real-
O si habríamos soñado el jardín
esas curiosidades-

¡Pero él, por ser más lógico,
Señala a mis torpes ojos-
Las vibrantes flores!

¡Sutil respuesta!

Perros de Temperley



Escondida entre arbustos 
vi a la perra,
echada de las casas
y los tachos
macizos de basura,
de lo bueno que sobra.

El sexo casi frío
de volar junto la mar,
el vientre tibio,
mi sal quiere partirla
como a taza
de leche sobre un médano.

Tanto viento de noche 
en los oídos,
y el ladrido del mar,
y esa lengua después
que nunca llega.
La esperanza se enfría
más ligero que el sexo.

Hambrienta anda a las tardes 
por el borde
de su próxima vida y la deseo,
futura espuma
y blanca leche juntas.

un perro es un perro es un perro es un perro

Ser Norteamericanos (fragmento)
      G. Stein



Nada me gusta más que cuando un perro ladra dormido.




cagnetto rastrero

Me rindo, soy tuyo, puedes tasarme
J.R. Wilcock 



Me rindo, soy tuyo, puedes tasarme
y venderme en el mercado en un canasto
si quieres, de todas formas de la cesta
volveré a ti como un perrito
a hacerme vender de nuevo, pintado
a rayas o a cuadros, una cosa es segura:
este perro no cambia más de dueño.
¿Cómo es que yo que gozaba al poseer
gozo ahora siendo poseído?
¡Patas arriba, perro, panza al aire,
cola movida en tu paraíso!
¡La divinidad ha dicho tu nombre
y su voz te ha alcanzado la médula!
Ladra, corre, baila: ¡qué victoria
absoluta esta rendición incondicional!