Plegaria



Mi perro ha muerto
Neruda

Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz iría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.
Ay, no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.
Ay, cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso fue todo.

Capricho de perro


La niña mala
E. Banchs

Lyra bella, pero
mala como el lobo,
con un junco mata
las abejas de oro.

Con sus once años,
su cabello rojo,
su mirar tan fino
como acero moro,

tiene más caprichos
que un hidalgo loco.
Todos sus caprichos
dejan algún lloro.

Con su nombre lindo
como un bucle de oro,
la pelirrojeña
da penas a todos.

Un galgo tenía,
lo arrojó a los fosos;
un violín tenía,
lo quebró por gozo.

Lyra bella, pero
mala como el lobo,
con un junco mata
las abejas de oro.

Apoyado a un fino
báculo de chopo,
el abuelo entonces
llega tembloroso.

-Amor mío, Lyra,
lucero de otoño,
deje las abejas
que sieguen sus oros.

-Déjeme en mis prados
el viejo gotoso;
con sus gafas prietas
vaya a leer infolios.

Apoyado a un fino
báculo de chopo,
se fue el viejo entonces
a leer infolios.

La náyade, una
que estaba entre lotos
que hacen blanco al lago,
blanco y oloroso,

con sus alirados
brazos armoniosos
se llevó a la niña,
mala como el lobo.

En el medio del lago,
pero muy al fondo,
la niña ha cien años
está hilando un copo.

Copo con espinas
y da un hilo rojo;
que está hilando Lyra
su corazón.


En el nombre del Perro


Hambre
Fijman

Vigilancia nocturna de arboledas
constantes
en una interminable perspectiva
rasada de canciones
desmesuradas.

Se engancha hondamente a mi ternura
la sangre de los astros;
se llenan mis bodegas con el vino
de la expansión;
se cubren mis graneros con los granos
de Dios.

Es muy ancho el sombrero de la noche
puesto sobre el paisaje.

Hacen alegre ruedo
taifa de vientos peleadores
de dientes amarillos.

Perpetuo insomnio
mis pasos olfatean
como perros
un lobo imaginario
guardando los apriscos.

Cenas del hambre.
Recogimiento bufonesco
salado de idiotismo:
voz de falsete
en francachela corpulencia.


En El Hospicio
Pastoral


Quiero atrapar el sol
en una pared desierta.
Me siento tan libre que
hasta me ahoga esa idea.
Me hace mal la realidad
de saber que el perro es perro
y nada más.

Quiero descolgar al sol,
chapalear entre las hojas,
estirar mi soledad,
correr entre los pasillos
y buscar la realidad
de que el perro no sea perro
y nada más.


Encierro real;
claustro de barro.
Solo sombras,
sombras.

Porque supe al despertar
que mis sueños eran ciertos
y mi propia realidad
supera la fantasia
de ser vos la fuerza que
de la nada hizo vida y me la dio.

Porque me dejan pensar
en toda esa gente humana
y despues, para jugar,
hasta me atan a mi cama.

Puedo ver la realidad
de que el perro sea perro
y nada mas. 
   


jardines y playas de Boston


502

E. Dickinson, versión de K. Khan

Salí temprano- Preparé a mi Perro-
y fui a visitar al Mar-
Las Sirenas desde el Sótano
subieron para mirarme.

Y Fragatas -en el Piso Superior
extendieron Manos de Cáñamo-
creyéndoMe un Ratón-
encallado -en la Arena.

Pero ningún Hombre Me movió -hasta que el Mar
Llegó encima de mi Zapato-
y llegó a mi Delantal -y a mi Cinturón
y llegó a mi Corpiño -también

y actuó como si fuera a comerme
toda entera, como a una gota de Rocío
sobre un Diente de León
y entonces -salí corriendo- también

y Él- Él me siguió- bien de cerca,
sentí su Talón de Plata
Rozándome el Tobillo -entonces mis Zapatos
desbordaron en Perlas

hasta que encontramos Tierra Sólida-
a Nadie parecía conocer Él-
e inclinándose -y con una mirada Intensa
hacia mí- El Mar se retiró.

1349
Versión de S. Ocampo


En mi jardín avanza un pájaro
Sobre una rueda con rayos-
De música persistente
Como un molino vagabundo-

Jamás se demora
Sobre la rosa madura-
Prueba sin posarse
Elogia al partir,

Cuando probó todos los sabores-
Su cabriolé mágico
Va a remolinear en lontananzas-
Entonces me acerco a mi perro,

Y los dos nos preguntamos
Si nuestra visión fue real-
O si habríamos soñado el jardín
esas curiosidades-

¡Pero él, por ser más lógico,
Señala a mis torpes ojos-
Las vibrantes flores!

¡Sutil respuesta!

Perros de Temperley



Escondida entre arbustos 
vi a la perra,
echada de las casas
y los tachos
macizos de basura,
de lo bueno que sobra.

El sexo casi frío
de volar junto la mar,
el vientre tibio,
mi sal quiere partirla
como a taza
de leche sobre un médano.

Tanto viento de noche 
en los oídos,
y el ladrido del mar,
y esa lengua después
que nunca llega.
La esperanza se enfría
más ligero que el sexo.

Hambrienta anda a las tardes 
por el borde
de su próxima vida y la deseo,
futura espuma
y blanca leche juntas.

un perro es un perro es un perro es un perro

Ser Norteamericanos (fragmento)
      G. Stein



Nada me gusta más que cuando un perro ladra dormido.




cagnetto rastrero

Me rindo, soy tuyo, puedes tasarme
J.R. Wilcock 



Me rindo, soy tuyo, puedes tasarme
y venderme en el mercado en un canasto
si quieres, de todas formas de la cesta
volveré a ti como un perrito
a hacerme vender de nuevo, pintado
a rayas o a cuadros, una cosa es segura:
este perro no cambia más de dueño.
¿Cómo es que yo que gozaba al poseer
gozo ahora siendo poseído?
¡Patas arriba, perro, panza al aire,
cola movida en tu paraíso!
¡La divinidad ha dicho tu nombre
y su voz te ha alcanzado la médula!
Ladra, corre, baila: ¡qué victoria
absoluta esta rendición incondicional!


El perro despide a su dueño II

Vertumno (Fragmento)
J. Brodsky versión de Camozzi &Cassara

         XIV


No tengo con qué trenzar una corona
para adornar tu frente fría como se debe
al término de este año excepcionalmente seco.
En un departamento decorado sin gusto pero enorme,
como un perro que de pronto perdió a su pastor,
me puse en cuatro patas y con mis garras
la emprendí contra el parqué, como si debajo se escondiera
-porque es desde ahí que esa calidez emana-
tu existencia actual. Desde el fondo del pasillo,
se oye un traqueteo de platos. Bajo la puerta cerrada,
el aire gélido se espesa en un crujir incesante de vestidos.
"Vertumno", digo en un susurro apretando la mejilla húmeda
contra las tablas amarillas del piso. "Volvé, Vertumno, volvé."



El perro despide a su dueño I

EN MEMORIA DE W. B. YEATS 
(muerto en enero de 1938) Fragmento
 W. H. Auden, versión de J. R. Wilcock.


Recibe, tierra, a un huésped honorable;
William Yeats desciende hacia el reposo.
Que el ánfora irlandesa
descanse, despojada de su música.

En esta pesadilla de la sombra
todos los perros de Europa ladran,
y las naciones vivientes acechan,
secuestradas en sus odios;

la vergüenza intelectual
nos mira desde cada rostro humano
y los mares de la piedad
se hielan en todos los ojos.

Sigue, poeta, sigue derecho
hacia el fondo de la noche,
con tu voz que nunca ordena
persúadenos aún la alegría.

Con el cultivo de un verso
haz la viña de las anatemas,
canta el fracaso humano
en un éxtasis de angustia.

En los desiertos del corazón
deja fluir la fuente consoladora,
en la prisión de sus días

enseña al hombre libre los elogios.



Los Cabalistas

El Perro de Cornelio Agripa
  S. Ocampo

"...lo acompañaba siempre un gran perro negro, que era un demonio familiar. Al morir, Agripa renegó de la magia y lo apostrofó de la siguiente manera: "¡Vete animal falaz, plena causa de mi destrucción!" 
                                                                                              Lewis Spence, Enciclopedia de Ocultismo

Réprobo y mudo, atravesaba el hondo
campo siguiendo un leve rastro frío.
Fielmente reflejábase en el fondo
de su mirada agonizante el río.

Subalterno y feroz iba buscando
la luna repetida, fragmentada,
y uan azul protección de agua imantada
que guardara los sueños. Adorando

paredes, charcos, árboles, basura,
quedaba inmóvil en la tierra oscura.
Ladraba llantos, sin tener descanso,

y conturbado por la noche en calma
lo vio a Cornelio Agripa en un remanso
llevándose en su oblicuo espejo el alma.


Compadritos, arrabaleros, franciscanos

Los Perros del Barrio 
     E. Carriego



Ya llegan cansados en rondas hambrientas
a husmear trozos entre los residuos:
caridad de afables cristianas sirvientas
que tienen por ellos cuidados asiduos.

La humildad que baja de sus lagrimales
se trueca en desplantes de ladridos fieros:
no en vano regresan de sucios portales
cumplida su ingrata misión de cerberos.

Espíritus sabios en sus devociones,
ladran sus blasfemias como ángeles malos,
pero en los oficios de las contriciones
los mueve a ser santos la unción de los palos.

Tal vez ellos mismos, en noches aciagas
son los milagreros geniales artistas,
de bíblicas lenguas, que curan las llagas
de anónimos Cristos sin evangelistas

En las castas horas de amables ensueños,
son, regularmente, como nadie parcos
en el decir, pero se tornan risueños
cuando beben agua de luna en los charcos.

Gozan la primicia de las confidencias
en los soliloquios de los criminales,
y, como sus dueños, buscan las pendencias
y aman los presidios y los hospitales.

De noche, consuelan la angustia infinita
de los incurables que en los conventillos,
dulcemente lloran a la Margarita
que muere en las teclas de los organillos.

Puntuales consignas, jamás olvidadas
con los que despiertan, fielmente severos,
a las obreritas, en las madrugadas
que anuncian las dianas de los gallineros.

Se entristecen cuando la mujer insulta
 a ese sinvergüenza que aún no ha venido
Y en su compañía descubren la oculta
lejana cantina donde está el marido.

Final de la ofensa nunca perdonada,
rencor de los héroes de almas agresivas,
gustan la belleza de la puñalada
que alcanza a las locas muchachas esquivas.

Crías corajudas, de castigo eximen
a las delincuentes famas orilleras,
si es que se discute la causa del crimen
que apasionó al barrio semanas enteras

Ponen sus rabiosas babas en los cuentos
de las enredistas brujas habladoras,
y asisten en días de arrepentimientos
a las confesiones de las pecadoras.

Luctuosos de mugre van a los velorios
donde, haciendo cruces, arañan las puertas
y, muy compasivos, gruñen responsorios
y recitan Salves por las novias muertas.

Hallan escondrijos de cosas guardadas,
y cautos, divulgan en el vecindario
fórmulas secretas de alquimias, robadas
al hosco silencio de algún visionario.

Con mucho sigilo, ferozmente, serios
en el amplio, oscuro templo de la acera
celebran sus ritos de foscos misterios,
aullando exorcismos contra la perrera.

Custodian el acto, de extrañas figuras,
los insospechados de infames traiciones,
hay autoritarias torvas cataduras
de perros caudillos y perros matones.

Uno, sobre todo, terror de valientes,
jamás derrotado volvió a la covacha:
¡Quizás Juan Moreira le puso en los dientes
su daga de guapo sin miedo y sin tacha!

Y hay otro, apacible, gentilmente culto,
de finos modales, ingenioso y diestro
en estratagemas de escurrir el bulto,
y a quien los noveles le llaman Maestro.

Y hay otro, que, cuando la fiesta termina
hablando a los fieles con raro lenguaje
parece un apóstol de gleba canina
que dice a las gentes su Verbo salvaje.

Y otro, primer premio de anuales concursos
y que, en saber, ante ninguno se agacha,
es una promesa que sigue los cursos
de las academias de un perro Vizcacha.

Y otro, que en su orgullo se llama nietzscheano,
siempre maculado de filosofías,
en cien bellas frases, de credo inhumano,
expone a la horda tremendas teorías

Y otro, que con aire de doncel apuesto
finge repulsiones hablando de gracia,
cuidando la forma de su noble gesto
impone el buen gusto de su aristocracia.

Y el otro, que el domingo va a las conferencias,
donde dragonea ya de libertario,
afirma que toda clase de violencias
es en estos días un mal necesario.

Y otro, patriotero, bravo y talentoso,
nació en Entre Ríos elogiando el suelo
de su cuna, agrega, que en tiempo glorioso
fue hermano en Calandria, y hermano en mi abuelo.

Y otro, de impecada frescura de asceta,
que a veces fulmina no sé qué amenaza,
es el escuchado tonante profeta
que augura el destino mejor de la Raza.

Y algunos, que acaso fueran ovejeros
en las mocedades de sus correrías,
relatan historias de gauchos matreros
con quienes pelearon a las policías.

Y otros, caballeros que leen Don Quijote
y ya han recibido más de una pedrea,
casi pontifican que siempre el azote
ha sido recurso de toda ralea

Y otros, familiares reliquias vivientes
que atiende el Estado, sarnosos y viejos
mas con su prestigio de bocas sin dientes,
inician a varios que piden consejos.

Y ahí están. De pronto vuelven, todos juntos,
a narrarse, en orden, sus melancolías:
pregunta y respuesta, como en contrapuntos
de fúnebres salmos que son letanías.

¡Parece que el alma de los payadores
hubiese pasado por sobre la tropa,
y que, frente a graves jueces gruñidores,
está Santos Vega y está Juan sin Ropa!

¿Qué será ese inquieto pavor tumultuario
que desde la sombra llega, a la sordina?
¡Cómo si rezasen lúgubres rosarios,
de hostiles rumores se puebla la esquina!

Se van galopando ¿Por qué habrán huido?
¡Qué sola ha quedado la calle! ¡Qué honda
la pena del ronco furor del aullido!
¿No sientes, hermano? Se aleja la ronda.


Vizcacha y Perro

La Vuelta de Martín Fierro, XIII

             762

Y menudiando los tragos
aquel viejo, como cerro,
"No olvidés", me decía, "Fierro,
que el hombre no debe creer
En lágrimas de mujer
ni en la renguera del perro."

que de lejos parecen perros

 Los dos conejos
 Tomás de Iriarte

Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.

De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente
amigo, ¿qué es esto?».

«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego...;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».

«Sí», replica el otro,
«por allí los veo,
pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos».

«¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo».

«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso».
«Son galgos, te digo».
«Digo que podencos».

En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.


En el campo los galgos


El galgo 

J. Giannuzzi


Vi la carrera de un galgo filmada en cámara lenta.
Era como soñarlo. El mecanismo del movimiento
diseñaba una coreografía
de ondulantes miembros articulados
para mínimos puntos de apoyo. Blanca
la estirada estructura moteada, sobre finas columnas
que extendían tensiones dilatadas
hasta límites regidos
por una pulsación aérea de velocidad.
Un foco de energía estallando hacia la gracia
de un orden sano bajo el sol,
mientras hacia atrás corrían
confusamente, nubes, árboles y vientos.
Y yo sentado
aplastado al planeta con excesiva grasa
y mi torpe universo dislocado.
Equivocado y discontinuo,
una distorsión oscura
que jadeaba ante el galgo, su decisiva claridad.



Diana 
J. L. Ortiz

Tenías una pureza tal
de líneas,
que emocionabas.
¿Desde dónde venían
tu fuerte pecho,
tus remos finos,
tus nervios vibrantes,
y esos ojos sesgados,
húmedos de una inteligencia
casi humana?

¿Desde dónde tus gentiles actitudes,
esa manera tuya, aguzada, de echarte,
y ese silencio,
y esa suavidad felinos,
acaso llenos de visiones,
que ennoblecían las alfombras,
y daban la inquietud de un alma,
un alma gótica encarnada en ti?

Oh, ya hubieran querido muchos hombres
tu auténtica aristocracia.
Fuerza contenida
que raras veces temblaba
en tu latido profundo.

Y eras a la vez humilde y tímida,
y sensitiva,
lo que no impedía que te disparases con impulso heroico
cuando tu instinto se abría como una fiesta sobre el campo.

Recuerdo, recuerdo...
¿Qué compañía mas discreta que la tuya?
En el atardecer
íbamos
a la orilla del río.
La cabeza baja,
apenas si pisabas.
Yo casi no respiraba.
Oh, vuelos últimos en la palidez hechizada!
Yo me sentaba en la barranca.
Tú te tendías a mi lado,
el hocico hacia el río,
esculpido en un gesto de caza hacia las estrellas del abismo.
¿Era hacia las llamas tímidas del abismo?

Temblaba tu hocico,
me mirabas,
y caías de nuevo en el éxtasis.
Acaso, al fin, eran tu presa
las imágenes
con que yo volvía luego:
tímidas, asustadizas,
de piel suave,
pero de mirada pura,
como la de tus liebres, oh Diana,
ida ya para siempre,
con mucho de mi alma y de mi casa.


A Prestes (mi galgo)

Has muerto, silencioso amigo mío, has muerto...
¿En qué prados profundos te hundiste para siempre cuando llovía oscuramente?
- Marzo, anoche, apagaba la sed larga...

Tu cabeza, tras el último suspiro, quedó más fina aún en la línea final.
Y era como si corrieras acostado un no sé qué fantástico que huía, huía...

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, has muerto...
Cuántos minutos claros, cuántos momentos eternos, contigo,
compañero de mis mañanas cerca del agua, de mis atardeceres flotantes...
en el dulce calor, en el viento de las hierbas, en los filos del frío,
en la luz que se despide como un infinito espíritu ya herido...

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, cómo nos entendíamos...
Esta tarde hubiéramos salido a mirar los oros transparentes, casi íntimos...
¿Qué veías allá, sobre las islas, cuando enhestabas las orejas?
¿Y te tocaba el blanco alado de la vela lejana?
Oh, los perfumes de las gramillas y de la tierra, qué ríos de éxtasis!
Y tu tensión cuando algo corría abajo...
Duro de mí, estúpido de mí, que te contenía sobre las traseras patas sólo,
vibrante en tu erguida esbeltez posada apenas...

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, compañero de mi labor...
Echado a mi lado, las horas lentas, alzabas de repente tus ojos largos,
ay, llenos de signos sutilísimos, y a veces,
una tenue luz que venía no se sabe de dónde humedecía su melancolía sesgada...
¿En qué secretas honduras sentías entonces mi mirada?

(Qué distraídos somos, qué torpes somos para las humildes almas que nos buscan
desde su olvido y quieren como asirse de una chispa, siquiera ínfima, de amor...)
Se hubiera dicho que emergías dulcemente de un seno desconocido
y que una serenidad ligera te ganaba así un extraño mundo seguro...
El noble hocico, luego, se aguzaba todavía más entre los delgados remos, contra el suelo,
en esa actitud de los cuadros antiguos, de un triste husmeo extático...

(...) De mirar tu estampa se sabía que tu sangre venía de lejos, de muy lejos,
no del rubio país sino de los desiertos arábigos, por tu finura barcina.
Perfecto de gracilidad y fuerza, tus menores gestos decían
de una añejísima nobleza ganada sobre las arenas tras las gacelas de luz.
Todo en ti se concertaba como en un poema para un vuelo rasante de flecha,
y eras tensión ceñida o libre igual también que en un poema....
Tu infancia fue feliz de saltos y juegos con el Dardo, tu amigo,
el lebrel aquel de Italia muerto trágicamente en una lucha desigual,
y no había cañadas anchas ni árboles juntos para la casi alada geometría de tus vértigos,
ni había corriente poderosa para tu pecho afilado y tu flexible gracia serpentina...

Cerca del río inmóvil, allá, empezamos a querernos en los silencios pálidos
llorados por los sauces medrosos o subrayados frágilmente por los plátanos...
Sobre los caminos, medio idos ya, tu marcha, a mi lado, era leve, de fantasma...
Y acaso tú también recogías lo que decían los follajes entre las flores de arriba y abajo que nacían...
El idílico sol de la ribera nos encontraba siempre puntuales, junto a las primeras cañas de pesca,
y el arrabal de la costa cuando la brisa última lo ajaba, ¿era sólo de sueño?
Oh, las figuras hieráticas de los pobres portoncitos de ramas
y los chicos mudos, espectrales, atravesando el baldío hacia el rancho de la orilla...
tu juventud fue luego de anchas pistas, de los grandes potreros con cardos de Carbó...
En la mañana iluminada de cardos caminábamos esquivando las espinas,
-una culebrilla, de repente, irisaba su rápida cinta a nuestros pies-
tú más cuidadoso y desconfiado que yo, levantando delicadamente las patas,
pero algo saltaba cerca y el alambrado entero sonaba como un arpa,
cuando no lo sobrevolabas y eras todo vueltas breves, increíblemente elásticas...
-Celebraba, mi amigo, que la liebre, al fin, no fuera tuya...

Larga fue tu enfermedad y tu latido profundo se hizo delgado, casi una queja ya...
Oh, esta queja, oh, tu llamado débil, cuando sentías acaso que “la sombra” venía
y requerías a tu lado las familiares presencias queridas...
Duro de mí, estúpido de mí, que a veces no prestaba suficiente atención a tu llamado
ni lo entendía en su miedo de la rondante noche absoluta, de la marea definitiva,
miedo de hundirte solo, sin la luz del “aura” amada junto a la ola fatal,
tú, el de la adhesión plena, el de la estilizada cabecita beata sobre la falda, sentados a la mesa
o leyendo yo sin haberte mullido el sueño fiel al lado de la silla...

Ay, oigo todavía tu llamado, tu llanto débil, impotente, de una imploración seguida...
Las voces no estaban lejos pero las querías alrededor de ti contra el silencio que llegaba...

Ay, oigo todavía tu llamado, tu súplica latida como desde una medrosa pesadilla,
mientras mi corazón lo mismo que tus flancos, sangra, sangra,
y Marzo, entre las cañas, sigue lloviendo sobre ti...





Perros gitanos

Romance de la casada infiel
 F. G. Lorca

Y yo que me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,

Y un horizonte de perros 
ladra muy lejos del río.

 (...)
 

Perros de Raso


I
RASO:

           El 'raso' es un tipo de ligamento empleado generalmente para realizar un tejido de seda muy liso, pastoso y lustroso, cuya urdimbre es muy fina. La trama, que es más gruesa que sus hilos, siempre está oculta.

           Hay rasos lisos, rasos labrados, rasos bordados con flores de oro o de seda, rayados y de varias otras clases. El gusto y el genio del fabricante imaginan nuevas modas para nuevos entramados.

          Naturalmente, también hay perros de raso.