Escondida entre arbustos
vi a la perra,
echada de las casas
y los tachos
macizos de basura,
de lo bueno que sobra.
El sexo casi frío
de volar junto la mar,
el vientre tibio,
mi sal quiere partirla
como a taza
de leche sobre un médano.
Tanto viento de noche
en los oídos,
y el ladrido del mar,
y esa lengua después
que nunca llega.
La esperanza se enfría
más ligero que el sexo.
Hambrienta anda a las tardes
por el borde
de su próxima vida y la deseo,
futura espuma
y blanca leche juntas.
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